martes, 3 de enero de 2012

PSU: Se Consolida la Desigualdad

La carrera más angustiosa se corrió otra vez esta semana. Participaron 270 mil jóvenes, la mayoría de clase media y pobres. El premio: entrar a una de las mejores universidades y dar un salto en la historia familiar. La brecha de calidad que diferencia a los de colegios particulares y los otros hace que la carrera la ganen los más ricos. Una prueba predecible. Porque la PSU deja afuera a 12 mil estudiantes de excelencia de los colegios municipales, con promedio sobre 6, que no logran sacar 400 puntos porque les preguntan cosas que jamás les enseñaron. Una ola de talentos desaprovechados.

Doscientos setenta mil jóvenes definen en estos días de diciembre parte de su futuro de vida a través de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), vigente desde 2003. No es una prueba más. Porque las voces que la cuestionan cobraron esta vez una fuerza inédita. Como las de un importante grupo de académicos e investigadores que insisten en que esta prueba está construida de tal manera, que aunque los jóvenes crean que tienen todas las posibilidades abiertas y que el destino depende de ellos, sus caminos están delimitados por surcos profundos y el resultado de la PSU será en buena medida un reflejo del sector económico del que vienen. A los que provienen de familias con más recursos les irá mucho mejor que a los de familias más vulnerables. En promedio, ser del quintil más rico asegura 150 puntos de ventaja sobre el quintil más pobre.

La tendencia es tan marcada y constante, explica el académico Francisco Javier Gil, que “si el movimiento universitario de este año hubieran conseguido la educación gratuita que pedía, no habría significado mucho para los alumnos más pobres, porque ellos no están llegando a las universidades”.
La frase de Gil, ex decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago (Usach) y ex rector de la Universidad Cardenal Silva Henríquez, es un espolonazo a las demandas que movilizaron a tantos jóvenes este año: “Lo hemos dicho cientos de veces: lo primero que hay que cambiar es la forma como los estudiantes son seleccionados. Luego viene el tema de la gratuidad”.

Gil ha estudiado por muchos años los efectos de las pruebas de selección universitaria. Era un acérrimo adversario del examen anterior, la Prueba de Aptitud Académica (PAA). En ese entonces sostenía que la que la PAA no medía ni inteligencia ni constancia, tampoco la publicitada aptitud para seguir estudios superiores. La PAA, media conocimiento. Igual que la PSU.

¿Qué tiene de malo medir conocimiento? Los argumentos de Gil apuntan a que a los jóvenes cuyas familias tienen más recursos no les va mejor en la PSU porque sean más listos que los de quintiles más bajos. La inteligencia, las aptitudes para el estudio o el esfuerzo están uniformemente repartidos en la sociedad. Pero el conocimiento no está igualmente distribuido. Aprender implica haber tenido acceso a aprender; haber contado con libros y profesores de calidad; haberse formado en ambientes donde la cultura tiene sentido. Todo eso cuesta dinero. Para Gil, preguntar por conocimientos es, entonces hoy, casi como preguntar por la cantidad de recursos de que dispuso la familia para educar a su hijo.

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